YANN LETO - LA POSIBILIDAD DEL MUNDO
NOVEMBER 2024 - JANUARY 2025
It's hard to imagine
That nothing at all
Could be so exciting
Could be so much fun
–Heaven, Talking Heads
In a universe as vast as it is indifferent, creative and destructive violence is routine. Here, the Earth, an improbable oasis, gives life to an endless number of species that today coexist alongside a frenetic abundance of human objects that modify the landscape. In this infinite fishbowl nothing is forever, if there were a universal historical truth it would be that change is constant, from the formation of stars to the very structures we imagine to transfer and exchange goods. However, we perceive our everyday life as peaceful, almost immutable, but of unprecedented speed, embodied in our small daily decisions - to fill a thermos or to buy a bottle, to eat happy or unhappy chicken, to travel by car or by bicycle. In the series of works that make up La posibilidad del mundo, Yann Leto describes his observations in a series of characters deprived of judgement and wrapped in a stoic immobility, spectators of an apocalypse that will arrive without too much drama.
More than not being able to imagine the end of capitalism, Leto's works are based on the notion that painting does not alleviate but neither does it condemn. It only describes and delimits the possibility that, with the arrival of a third millennium, we have to participate in a life marked by solastalgia, which we experience on credit for being a species always on the verge of extinction. We act within the framework of the paradox of not being able to stop consuming while we seek our world's salvation. Like the characters in a Houellebecq novel, every day in our fatuous gestures, like Faust's fire, we engage in the hopeful and sinister dialogue of our boredom and impotence. Caught in the loop of hyperproductivity, our likes, shares and vegan boots reveal the tendency to gravitate towards a “passive activism”, where any attempt to engage dissolves into historical paralysis. As if trapped by a virus, we inhabit indifference almost by ritual. Always on the brink of the next catastrophe, there is no port or favourable wind, for we do not know where we are headed; human deeds are the sum of laughter and oblivion.
This exhibition reflects the certainty that we are prisoners of our will: blind, irrational and drenched by an urge to live. Through synthetically constructed images, Leto evokes a surreal and uncomfortable beauty, as if Hockney and Otto Dix joined forces to portray this endless celebration of the end of the world, where we ironically pray for the cataclysm that finally closes the hole in the ozone layer and purges the powerful, while, naturally, exempting us. La posibilidad del mundo confronts us with the unsettling likelihood that, in the end, nothing will ever happen. Whereas in the universe change is the only constant, we dissolve in the antinomy of the static. We know, in essence, that the time that A.I. will liberate will end up being used in infinite scrolling. Will the technology that promises to save us filter reality until it turns it into a scene from Coralie Fargeat's Reality+? For those wretched people who cannot afford the filter, all that remains is to be part of history like the white rhinoceroses, relics that disappeared one day from normality.
Yes Escobar
It's hard to imagine
That nothing at all
Could be so exciting
Could be so much fun
–Heaven, Talking Heads
En un universo tan vasto como indiferente, la violencia creacional y destructiva es rutina. Aquí, la Tierra, un oasis improbable, da vida a un sin fin de especies que hoy por hoy coexisten junto a una abundancia frenética de objetos humanos que modifican el paisaje. En esta infinita pecera nada es para siempre, si existiese una verdad histórica universal sería que el cambio es constante, desde la formación de astros hasta las estructuras que imaginamos para transferir e intercambiar bienes. Sin embargo, percibimos nuestra cotidianidad como apacible, casi inmutable, pero de una rapidez inédita, encarnada en nuestras pequeñas decisiones diarias —rellenar un termo o comprar una botella, comer pollo feliz o infeliz, viajar en coche o en bicicleta. En la serie de obras que conforman La posibilidad del mundo, Yann Leto nos describe sus observaciones en una serie de personajes desprovistos de juicio y envueltos en una inmovilidad estoica, espectadores de un apocalipsis que llegará sin demasiados dramas.
Más allá de no poder imaginar el final del capitalismo, las obras de Leto parten de la noción de que la pintura no alivia pero tampoco condena. Tan sólo describe y delimita la posibilidad de que, con la llegada de un tercer milenio, nos ha tocado participar de una vida marcada por la solastalgia, que sentimos a crédito, por ser una especie siempre a punto de extinguirse. Actuamos en el marco de la paradoja de no poder dejar de consumir mientras que buscamos la salvación de nuestro mundo. Tal como los personajes de una novela de Houellebecq, cada día en nuestros gestos fatuos, como el fuego de Fausto, se entabla el diálogo esperanzador y siniestro de nuestro aburrimiento e impotencia. Atrapados en el loop de la hiperproductividad, nuestros likes, shares y botas veganas revelan la tendencia a gravitar hacia un “activismo pasivo”, donde todo intento de intervención se disuelve en parálisis histórica. Como atrapados por un virus, habitamos la indiferencia casi por ritual. Siempre al borde de la siguiente catástrofe, no hay puerto ni viento favorable, pues no sabemos a dónde dirigirnos; los actos humanos son la suma de la risa y el olvido.
La muestra refleja la certeza de que somos prisioneros de nuestra voluntad: ciega, irracional y empapada por el deseo de vivir. A través de imágenes construidas de forma sintética, Leto evoca una belleza surreal e incómoda, como si Hockney y Otto Dix unieran fuerzas para retratar esta interminable celebración del fin del mundo, donde rezamos irónicamente por el cataclismo que por fin cierre el hueco en la capa de ozono y purgue a los poderosos, pero que, naturalmente, nos exima a nosotros. La posibilidad del mundo nos enfrenta a la inquietante probabilidad de que, al final, nunca pase nada. Mientras que en el universo el cambio es la única constante, nos disolvemos en la antinomia de lo estático. Sabemos, esencialmente, que el tiempo que liberará la I.A. terminará siendo utilizado en un scrolleo infinito. ¿Será que la tecnología que promete salvarnos filtra la realidad hasta convertirla en una escena de Reality+ de Coralie Fargeat? A los desdichados que no pueden pagarse el filtro, sólo les queda ser parte de la historia como a los rinocerontes blancos, reliquias que desaparecieron un día de la normalidad.
Yes Escobar