Dentro del espeso follaje de la selva, las hojas de coca (acullico) brotan a cántaros de los miles de arbustos que se tornan verdes, ocres y amarillos por la luminosidad que penetra entre las frondas. 

Allí, en la inmensidad de las sombras, surgen poderosas raíces, plantas, que al ingerirse provocan alteraciones en los estados de consciencia, transmutando la percepción de la individualidad, del ser y el entorno; recordándonos que el interior como el exterior del cuerpo se percibe y se imagina a la vez. 

En este conjunto pictórico, Miguel Ángel Ríos presenta una visión única de sí mismo a través de autorretratos que exploran un “yo” fluido y en constante transformación, que con cada capa de pintura, terminan por volverse irreconocibles, desdibujando la distinción entre realidad e imaginación. 

Es en este sentido, los elementos visuales como el rostro, el sombrero y la bufanda se configuran en una amalgama de estilos artísticos, sin que cada elemento pierda su propio estilo individual dentro de una composición que busca cuestionar las convenciones de la representación en un mundo regido por las social media, en la que la identidad se caracteriza por ser fija e inmutable.  

Al margen de la luz y sombras en los paisajes visuales de Ríos, se revela una gama de colores que recorre de los tonos oscuros a los pasteles, la fauna que se hace presente mediante posturas de acecho y que operan a manera de recordatorio, tal es el caso de la hormiga que con un sutil guiño, recuerda a la Operación Hormiga que se lleva a cabo de mano en mano para cruzar las hojas de coca de un territorio a otro en el sur de Latinoamérica o la figura del alacrán que simboliza el estadio del inconsciente, lleno de imaginación e incertidumbre.   

 Mariana Camargo, coordinadora curatorial