ALLAN VILLAVICENCIO - EL BORDE EN DONDE ESTAR
SEPTEMBER 19 - NOVEMBER 2, 2024
Curated by Daniel Montero Fayad
Since its beginnings, Allan Villavicencio’s painting has sought to answer a question—“What is the space of painting in contemporaneity?”—in the double sense to which this question refers. First, that of the space of painting itself, that is, as the product of an accumulation and a subtraction of colored matter on a surface that produces forms. But also the problem of the place of painting in the now of images as the product of a history, of a theoretical reflection, and of a sensibility. For the exhibition El borde en donde estar, nevertheless, this reflection has been approached in a singular and unprecedented way, in which pictorial space is the result of a tension between the inside and the outside of the painting, and at the same time as a meditation on how the act of painting is constituted in relation to spatial interstices. Those interstices between the paintings, but also the distance between the person who paints (physically, sensitively, and intellectually) and the act of painting itself (the action of painting, painting as action).
The result is not a kind of painting that expands outwards or becomes a volume as in previous works, but rather one that is contained in different formats and in each of the color structures composing them, all in an attempt to animate it. An animist painting, we might say. Or rather, a body-painting that gives space to itself. The color, which tends to be pastel, with a palette of cold and cream tones, applied in contracting layers, generates a sort of visual harmony that makes the gaze be suspended by the effects they produce. These are sensual paintings.
Nevertheless, and despite the fact that all the paintings have their own identity, they are related because what animates them is the aim and the motive. Thus, each becomes a fragment of a totality that requires viewing the exhibition as a whole that unfolds in the gallery space. In this way, the inquiry into the space that has historically motivated Villavicencio’s painting has become an investigation of the format. As a result of a relaxed activity in time, and as they are painted, the paintings begin to function as a refuge, as a space where the artist is located. In this sense, the painting is not, under any circumstances, the result of an autobiographical experience but rather something different: it is the place in which painting has opened itself up to be.
Daniel Montero Fayad
Curaduría por Daniel Montero Fayad
Desde sus inicios, la pintura de Allan Villavicencio ha procurado responder una pregunta: cuál es el espacio de la pintura en la contemporaneidad, en el doble sentido al que remite esa cuestión: el del espacio de la pintura en sí mismo, es decir, como producto de una acumulación y una sustracción de materia de color sobre una superficie que produce formas; pero también el problema del lugar que ocupa la pintura en el ahora de las imágenes como producto de una historia, de una reflexión teórica y de una sensibilidad. Para la exposición El borde en donde estar, no obstante, esa reflexión se ha abordado de una forma singular e inédita, en la que el espacio pictórico es el resultado de una tensión entre el adentro y el afuera de la pintura y al mismo tiempo como una meditación de cómo es que se constituye el acto de pintar en relación a los intersticios espaciales: los que se producen entre los cuadros pero también lo que supone la distancia entre la persona que pinta (física, sensible e intelectualmente) y el acto mismo de pintar (la acción de la pintura, la pintura como acción).
El resultado de ello no es una pintura que se expande hacia afuera ni se convierte en volumen como en obras anteriores, sino que se contiene en diversos formatos y en cada una de las estructuras de color que las componen, en un intento por animarla. Una pintura animista diríamos. O mejor, una pintura-cuerpo que se da espacio. El color, que tiende a ser apastelado, con una paleta de tonos fríos y cremas, aplicado en capas contratantes, genera una suerte de armonía visual que hace que la mirada se suspenda por el efecto que producen. Son pinturas sensuales.
No obstante, y a pesar de que todos los cuadros tienen su propia identidad, están en relación porque lo que las anima es la intención y el motivo. Así, cada una se convierte en un fragmento de una totalidad que exige ver la exposición como un todo que se despliega en el espacio de la galería. De esta manera, la indagación del espacio que ha motivado históricamente a la pintura de Villavicencio se ha convertido en una investigación del formato. Producto de una actividad distendida en el tiempo, y a medida que se van pintando, los cuadros empiezan a funcionar como un refugio, como un espacio en donde el artista se ubica. En ese sentido, el cuadro no es, bajo ninguna circunstancia, el resultado de una puesta en juego de una experiencia autobiográfica sino algo diferente: es el lugar que la pintura misma le ha abierto para estar.
Daniel Montero Fayad