PARA MI HIJA – ANDREW BIRK
FEBRUARY 4 - MAY 9, 2020
For his second individual exhibition in the gallery, Andrew Birk presents a new body of large-format paintings, building blocks that combine to form a contemporary fable about innocence and becoming. Para Mi Hija immerses us in the adventures of a little girl, paralleled by the visions of her father, who offers her a key to the discovery of the world from his own experiences. The artist creates a dream universe populated by lush nature, animals and strange characters. They become narrators of parodies about our society, as well as metaphors of growth. Beyond the autobiographical scope, this exhibition is a reflection on time and memory - remembering that children's stories are not naive, that they talk about the fears and hopes of the human condition.
As a child, I remember seeing sundials in family homes or public squares of villages in France. I was fascinated by these instruments ornamented with celestial symbols, and by the silhouettes they cast on the facades. I was told that time could be measured using the sun, but in those days I did not understand very well. I remain confused, this notion of time persists as complete abstraction. When I visited Andrew and his family in Catalonia, upon arriving to his studio and future home, I noticed a broken sundial, of which only the gnomon remained - the rod that indicates the hours - creating a drawing that cannot tell time, instead existing as an abstract dance of shadows. In the series of paintings found in this exhibition, we also find a ballet with time through the reinterpretation of the famous Holbein anamorphosis (The Ambassadors, 1533). Depending on one’s vantage, the distorted representation - a dual image, blurred or clear - creates a tone unsure of particular timeline or intention of order. What role does uncertainty play as a mode of pictorial construction?
In this corpus, thanks to tricks of scale and perspective, Andrew Birk creates an almost psychedelic sensation, with surfaces that feel palpable, as if endowed with movement. Thus, availing itself the possibility of thinking about a dynamic of the layers of paint. A frog wants to jump off the canvas and away from the mundane, as a social commentary on the relationships between classes, a nod to the history of art. The amphibian shows us its torso, the hiddenness of its body, an unusual vision that reminds us of the interstice between it and us. In a perhaps more subtle allusion to strata, a snake between molts waits patiently for its skin to be reborn. Are these bodies coming out of the canvas? Or should we break through the surface, glimpsing through a turbid spiral, an access portal to the ultimate surface, the emotional layer.
With this series of unconnected situations and uncomfortable characters, the paintings refer us to folk tales, accompanied by the malice that characterizes them. In these works, the shadows are perceived as a habitat, where all the objects and actors are watching us, evoking the ambiguity of the everyday and how truly strange it is. Other presences, such as textual specters in imperceptible movement, age with the skin they tattooed, dilute with water, or gradually disintegrate with the stone that supports them.
A steel-eyed strawberry crossed between cute and devious, a man who seems lost in his own clumsiness, glamorous women, and other identity-less figures. Sometimes messengers, sometimes incarnations within his works, we can feel Andrew’s versatile presence, accompanying his daughter in these adjacent worlds that he is opening. They are not sweet, instead they challenge: be it with a magically highlighted atmosphere where a giant creature hides, or through an overgrown landscape that promises, perhaps, peace in the horizon. Inside these verdant passages, the subjects could be giants or ants, and simultaneously invite and expel the viewer. Amongst the shifting perspective and time, scale and role, viewer and subject, the question arises: is the father guiding his daughter or the other way around?
Aurélie Vandewynckele
Para su segunda exposición individual en la galería, Andrew Birk presenta un nuevo cuerpo de obra conformado por pinturas en gran formato, que generan una secuencia de pistas descubriéndose a través de una fabula contemporánea sobre el devenir y la inocencia. Para Mi Hija nos sumerge en las aventuras de una niña yuxtapuestas con las visiones de su padre, quien le ofrece una llave para el hallazgo del mundo a partir de sus propias experiencias. El artista crea un universo onírico poblado por una naturaleza exuberante, llena de animales y personajes extraños. Ellos se vuelven narradores de parodias sobre nuestra sociedad, así como metáforas del crecimiento. Más allá del ámbito autobiográfico, esta exposición es una reflexión sobre el tiempo y la memoria - recordando que los cuentos para niños no tienen nada de ingenuidad y que hablan de la condición humana con sus miedos y esperanzas.
De niña, recuerdo haber visto relojes de sol en casas de familiares o en plazas publicas de pueblos en Francia. Me fascinaban aquellos instrumentos ornamentados con símbolos celestiales, al igual que las siluetas que creaban en las fachadas. Me habían dicho que a través del sol se podía medir el tiempo, pero en ese momento no lo entendía bien. Sigo confundida – esto del tiempo sigue siendo toda una abstracción. Cuando visité a Andrew y su familia en Cataluña, al llegar a su taller y futura casa, noté un reloj de sol averiado, del cual solamente quedada el gnomon —la varilla que indica las horas— creando un dibujo que no puede hablar del tiempo calculado sino crear un baile abstracto de sombras. En la serie de pinturas que descubrimos en esta exposición, también encontramos un ballet con el tiempo a través de la reinterpretación de la famosa anamorfosis de Holbein (Los Embajadores, 1533). Según quien mire, la representación distorsionada - una imagen dual, borrosa o clara - crea el tono inseguro de una línea de tiempo o de una intención de orden. ¿Qué papel juega la incertidumbre como modo de construcción pictórica?
En este corpus, gracias a juegos de escalas y perspectivas Andrew Birk crea una sensación casi psicodélica con las superficies que se sienten palpables, como si estuvieran dotadas de movimientos. Así, se abre la posibilidad de pensar en una “dinámica” de las capas de pintura. Una rana quiere saltar del lienzo y alejarse de lo mundano, como un comentario social sobre las relaciones entre clases y un guiño a la historia del arte. El anfibio nos muestra su torso, lo escondido de su cuerpo, una visión poco común que nos recuerda el intersticio entre ella y nosotrxs. En una alusión quizá más sutil sobre los estratos, una serpiente entre mudas espera paciente el renacer de su piel. ¿Están saliendo esos cuerpos del lienzo? O será que nosotrxs lo rompemos, vislumbrando a través de una turbia espiral que funciona como un portal de acceso a la última superficie, a las emociones.
Con su serie de situaciones inconexas y de personajes incómodos, las pinturas nos remiten a los cuentos populares acompañados de la malicia que los caracterizan. En estas obras, las sombras se perciben como un hábitat donde todos los fondos y las figuras existen viéndonos, evocando la ambigüedad de lo cotidiano y su extrañeza. Otras presencias, como espectros textuales en un movimiento imperceptible, envejecen con la piel que tatuaron, se diluyen con el agua, o poco a poco se desintegran con la piedra que los soporta.
Una fresa con mirada determinada, entre tierna y tramposas; un hombre que parece perdido en su torpeza; unas señoras glamurosas y otras figuras sin identidad, elementos que bien pueden ser mensajeros o encarnaciones propias dentro de sus obras. En todos ellos se siente la presencia versátil de Andrew acompañando a su hija en estos mundos adyacentes que él le está abriendo. No son dulces, sino que retan: ya sea con una luz mágica, resaltando una atmósfera verde donde se esconde una criatura gigante, o a través de un paisaje frondoso que promete, quizás, un horizonte pacífico. En esos caminos boscosos, los sujetos podrían ser gigantes u hormigas, y simultáneamente invitan y expulsan al espectador. Entre los cambios de perspectiva, de tiempo, de escala y de rol; de espectador y de sujeto, surge la pregunta: ¿es el padre quien está guiando a su hija o al revés?
Aurélie Vandewynckele